Las bicicletas son para el verano
es una obra teatral de Fernando Fernán Gómez que nos sitúa dentro de la guerra civil. En
esta escena, llena de humor y amargura, nos habla del hambre y de
la familia. Os ofrecemos una secuencia extraída de la adaptación cinematográfica de Jaime Chávarri.
Ficha técnica de la película
Tras ver la secuencia de la película y leer
el siguiente fragmento, contesta a las preguntas planteadas:
(
Doña Dolores, Manolita, Luis y Don Luis se disponen a comer
un día cualquiera durante la Guerra Civil.)
DOÑA DOLORES.─ (
A MANOLITA y a LUIS). Veréis, hijos,
ahora que no está Julio... Y perdóname, Manolita.... No sé si
habréis notado que hoy casi no había lentejas.
LUIS.─ A mí sí
me había parecido que había pocas, pero no me ha chocado: cada vez
hay menos.
DON LUIS.─ Pero hace meses que la ración que dan con
la cartilla es casi la misma. Y tu madre pone en la cacerola la misma
cantidad. Y, como tú acabas de decir, en la sopera cada vez hay
menos.
LUIS.─ ¡Ah!
MANOLITA.─ ¿Y qué quieres decir,
mamá? ¿Qué quieres decir con eso de que no está Julio?
DOÑA
DOLORES.─ Que como su madre entra y sale constantemente en casa, yo
no sé si la pobre mujer, que está, como todos, muerta de hambre, de
vez en cuando mete la cuchara en la cacerola.
MANOLITA.─
Mamá...
DOÑA DOLORES.─ Hija, el hambre... Pero, en fin, yo lo
único que quería era preguntaros. Preguntaros a todos, porque la
verdad es que las lentejas desaparecen.
DON LUIS.─ Decid de
verdad lo que creáis sin miedo alguno, porque a mí no me importa
nada soltarle a la pelma cuatro frescas.
MANOLITA.─ Pero, papá,
tendríamos que estar seguros.
DON LUIS.─ Yo creo que seguros
estamos. Porque la única que entra aquí es ella. Y ya está bien
que la sentemos a la mesa todos los días...
MANOLITA.─ Pero
aporta lo de su cartilla.
DOÑA DOLORES.─ No faltaba
más.
[...]
LUIS.─ Mamá, yo, uno o dos días, al volver del
trabajo, he ido a la cocina... Tenía tanta hambre que, en lo que tú
ponías la mesa, me he comido una cucharada de lentejas... Pero una
cucharada pequeña...
DON LUIS.─ ¡Ah!, ¿eras tú?
DOÑA
DOLORES.─ ¿Por qué no lo habías dicho, Luis?
LUIS.─ Pero
sólo uno o dos días, y una cucharada pequeña. No creí que se
echara de menos.
DOÑA DOLORES.─ Tiene razón, Luis. Una sola
cucharada no puede notarse. No puede ser eso.
DON LUIS.─ (
A
DOÑA DOLORES.) Y tú, al probar las lentejas, cuando las estás
haciendo, ¿no te tomas otra cucharada?
DOÑA DOLORES.─ ¿Eso
qué tiene que ver? Tú mismo lo has dicho: tengo que probarlas... Y
lo hago con una cucharita de las de café.
DON LUIS.─ Claro,
como ésas ya no sirven para nada...
(
MANOLITA ha empezado a
llorar.)
DOÑA DOLORES.─ ¿Qué te pasa,
Manolita?
MANOLITA.─ (
Entre sollozos.) Soy yo, soy yo.
No le echéis la culpa a esa infeliz. Soy yo... Todos los días,
antes de irme a comer... voy a la cocina y me como una o dos
cucharadas... Sólo una o dos..., pero nunca creía que se notase. No
lo hago por mí, os lo juro, no lo hago por mí, lo hago por este
hijo. Tú lo sabes, mamá, estoy seca, estoy seca...
DOÑA
DOLORES.─ (
Ha ido junto a ella, la abraza.) ¡Hija,
Manolita!
MANOLITA.─ Y el otro día, en el restorán donde
comemos con los vales, le robé el pan al que comía a mi lado... Y
era un compañero, un compañero... Menuda bronca se armó entre el
camarero y él.
DOÑA DOLORES.─ ¡Hija mía, hija mía!
DON
LUIS.─ (
Dándose golpes en el pecho.) Mea culpa, mea
culpa, mea culpa...
(
Los demás le miran.)
DON LUIS.─
Como soy el ser más inteligente de esta casa, prerrogativa de mi
sexo y de mi edad, hace tiempo comprendí que una cucharada de
lentejas menos entre seis platos no podía perjudicar a nadie. Y que,
recayendo sobre mí la mayor parte de las responsabilidades de este
hogar, tenía perfecto derecho a esta sobrealimentación. Así, desde
hace aproximadamente un mes, ya sea lo que haya en la cacerola
lentejas, garbanzos mondos y lirondos, arroz con chirlas o agua con
sospechas de bacalao, yo, con la disculpa de ir a hacer mis
necesidades, me meto en la cocina, invisible y fugaz como Arsenio
Lupin, y me tomo una cucharada.
DOÑA DOLORES.─ (
Escandalizada.)
Pero..., ¿no os dais cuenta de que tres cucharadas...?
DON LUIS.─
Y la tuya, cuatro.
DOÑA DOLORES.─ Que cuatro cucharadas...
DON
LUIS.─ Y dos de Julio y su madre.
DOÑA DOLORES.─ ¿Julio y su
madre?
DON LUIS.─ Claro; parecen tontos, pero el hambre aguza el
ingenio. Contabiliza seis cucharadas. Y a veces, siete, porque
Manolita se toma también la del niño.
DOÑA DOLORES.─ ¡Siete
cucharadas! Pero si es todo lo que pongo en la tacilla... (
Está
a punto de llorar.) Todo lo que pongo. Si no dan más.
(
MANOLITA sigue sollozando)
DON LUIS.─ No lloréis, por
favor, no lloréis...
LUIS.─ Yo, papá, ya te digo,
sólo...
MANOLITA.─ (
Hablando al tiempo de Luis.) Por
este hijo, ha sido por este hijo.
DON LUIS.─ (
Sobreponiéndose
a las voces de los otros.) Pero, ¿qué más da? Ya lo dice la
radio: «no pasa nada». ¿Qué más da que lo comamos en la cocina o
en la mesa? Nosotros somos los mismos, las cucharadas son las
mismas...
MANOLITA.─ ¡Qué vergüenza, qué vergüenza!
DON
LUIS.─ No, Manolita: qué hambre.
ACTIVIDADES.-
Doña Dolores
expone: “No sé si habréis notado que hoy casi no hay lentejas”.
¿Sobre quién cargan todas las culpas?
A continuación,
comienzan las autoconfesiones de todos sus miembros. ¿Cómo diluye
Luis su culpabilidad? ¿Y qué argumenta Manolita?
La confesión de don
Luis merece una atención especial. Su disculpa se basa en un hecho
que todos los personajes habrán tenido en cuenta al meter la
cuchara en la cazuela. ¿De qué se trata? Por otro lado hace
referencia clara a la alimentación de la familia en los últimos
meses de guerra. ¿A qué platos se refiere?
¿Qué conclusión
se deduce de este episodio?